viernes, 31 de octubre de 2025

ENTRE LA CIENCIA Y EL HORROR.: ESPECIAL HALLOWEEN ANATÓMICO 2025

 

Entre la ciencia y el horror: Frankenstein, el estudio de la anatomía humana y los ladrones de cadáveres

   A comienzos del siglo XIX, Europa vivía una fiebre por el conocimiento del cuerpo humano. Los avances en medicina y electricidad alimentaban la esperanza —y el miedo— de que la ciencia pudiera desafiar los límites de la vida y la muerte. En ese mismo ambiente nació Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), la célebre novela de Mary Shelley, que reflejaba la fascinación y la inquietud de su tiempo.

   La famosa historia cuenta cómo Víctor Frankenstein, un joven científico obsesionado con descifrar el misterio de la vida, logra dar movimiento a una criatura creada a partir de restos humanos profanados de los cementerios cercanos. Lo consigue, sin embargo, horrorizado por su propia obra, la abandona, y el ser —dotado de inteligencia y sentimientos— se convierte en un símbolo trágico de la ciencia que supera los límites morales de su creador. 

   Lógicamente, el popular personaje acabó saltando de las páginas al celuloide. Desde su primera aparición en el cine, el mito de Frankenstein ha sido reinterpretado de múltiples formas, reflejando los miedos y aspiraciones de cada época. La versión clásica de 1931, dirigida por James Whale y protagonizada por Boris Karloff, definió la imagen icónica del monstruo con sus tornillos en el cuello y su andar torpe, convirtiéndose en un símbolo del cine de terror. Su secuela, La novia de Frankenstein (1935), añadió una dimensión más humana y trágica al relato, explorando la soledad del ser creado. Décadas después, La maldición de Frankenstein (1957) del estudio británico Hammer revitalizó la historia con un tono más sangriento y colores intensos, marcando el inicio del terror moderno. En los años setenta, El joven Frankenstein (1974) de Mel Brooks transformó el mito en una brillante parodia en blanco y negro, homenajeando y burlándose al mismo tiempo de los clásicos. Finalmente, Frankenstein de Mary Shelley (1994), dirigida por Kenneth Branagh, buscó mayor fidelidad a la novela original, profundizando en el dilema ético y emocional del creador frente a su criatura. Cada una de estas versiones ha contribuido a mantener viva la reflexión sobre los límites del conocimiento y las consecuencias del poder científico.

Boris Karloff

Mítica escena de la versión de 1931

La novia de Frankestein (1935)

El jovencito Frankestein (1974)

Detrás de esta obra de ficción se esconde una realidad más oscura: los resurreccionistas, bandas clandestinas que desenterraban cadáveres para venderlos a escuelas de anatomía durante el siglo XVIII. Mientras los científicos buscaban comprender el funcionamiento del cuerpo, estos ladrones les proporcionaban el material necesario para sus experimentos. Así, el mito del doctor Frankenstein y la práctica real del robo de cuerpos se entrelazan en una historia donde la curiosidad científica y el dilema ético caminan de la mano.

Robo de cuerpos: ¿mito o realidad?

Los orígenes del estudio del cuerpo humano

   El interés por comprender el cuerpo humano se remonta a las primeras civilizaciones. En el Antiguo Egipto, los sacerdotes y embalsamadores ya poseían conocimientos básicos de anatomía gracias a las prácticas de momificación. Más tarde, en la Grecia clásica, pensadores como Hipócrates y Aristóteles sentaron las bases de la medicina racional, aunque sus observaciones eran limitadas por la prohibición de diseccionar cuerpos humanos.

   Durante el Imperio Romano, Galeno de Pérgamo realizó estudios anatómicos en animales, elaborando teorías que dominarían la medicina europea durante más de mil años. No fue hasta el Renacimiento cuando la disección humana se convirtió en una herramienta legítima de estudio. Figuras como Andreas Vesalio, con su obra De humani corporis fabrica (1543), revolucionaron la anatomía al basar sus descripciones en observaciones directas del cuerpo.

   Sin embargo, incluso después de estos avances, la disección seguía rodeada de tabúes religiosos y legales, y el acceso a cadáveres era muy restringido. Esta limitación preparó el terreno para las prácticas clandestinas que caracterizarían a los siglos siguientes, especialmente el XVIII, cuando la demanda de cuerpos para la enseñanza médica superó por mucho su disponibilidad legal.

Lección de anatomía de Rembrandt

   Durante los siglos XVIII y XIX, el estudio del cuerpo humano alcanzó un nuevo impulso gracias al auge de las escuelas médicas y al interés científico por la anatomía. Sin embargo, la escasez de cuerpos legales para la disección llevó a la aparición de los llamados resurreccionistas o body snatchers: individuos que desenterraban cadáveres de los cementerios para venderlos a universidades y anatomistas. Aunque esta práctica era ilegal y moralmente controvertida, permitió a los médicos realizar estudios detallados sobre órganos, músculos y sistemas internos, sentando las bases de la medicina moderna. El escándalo social que generaron estos robos culminó en la promulgación de la Ley de Anatomía del Reino Unido de 1832, que legalizó el uso de cuerpos no reclamados y donados para la enseñanza médica. Esta legislación marcó un punto de inflexión: puso fin a la era de los resurreccionistas y consolidó el estudio anatómico como una práctica científica legítima y regulada.El legado de los anatomistas de Edimburgo

   En la ciudad escocesa de Edimburgo, uno de los principales centros de enseñanza médica del siglo XIX, el robo de cuerpos se convirtió en una industria secreta. Los estudiantes y profesores necesitaban material para sus clases de anatomía, y los resurreccionistas abastecían esa demanda. Fue allí donde el doctor Robert Knox, un respetado anatomista, adquirió notoriedad por sus detalladas demostraciones. Sin embargo, su nombre quedó manchado tras el caso de Burke y Hare (1828), dos hombres que, al ver el negocio lucrativo, pasaron de desenterrar cadáveres a asesinar personas para vender sus cuerpos a Knox. El escándalo fue tan grande que llevó directamente a la aprobación de la Ley de Anatomía de 1832, que legalizó la obtención de cadáveres y erradicó gran parte del mercado negro. 

El negocio del robo de cadáveres fue próspero en el s. XVIII

Las “escuelas clandestinas” de Londres

   En Londres, muchos anatomistas del siglo XVIII —como William Hunter y su hermano John Hunter— dependían de los resurreccionistas para sus investigaciones. Los Hunter realizaron cientos de disecciones ilegales que, aunque polémicas, permitieron grandes descubrimientos sobre el sistema circulatorio, el desarrollo fetal y la cirugía experimental. John Hunter, de hecho, es considerado el “padre de la cirugía moderna”, y su museo anatómico se convirtió en una de las colecciones más completas de su tiempo, en buena parte gracias a cuerpos obtenidos de manera ilícita. 

Muchos de los cuerpos tenían dudosa procedencia

Los anatomistas estadounidenses y el miedo al desentierro

   En los Estados Unidos, el problema también fue común. En ciudades como Nueva York y Filadelfia, los estudiantes de medicina dependían del robo de cuerpos —muchas veces de cementerios de comunidades pobres o afroamericanas— para poder practicar. En 1788, un estudiante fue sorprendido manipulando un cadáver en una escuela de Nueva York, lo que provocó el “Resurrection Riot”, una revuelta popular contra las escuelas médicas. A pesar del escándalo, estas prácticas impulsaron el desarrollo de la formación anatómica universitaria en el país. 

Para poder estudiar eran necesarios los cuerpo muertos

   En la actualidad, el uso de cadáveres donados voluntariamente se ha convertido en una práctica esencial, regulada y éticamente controlada en la enseñanza y la investigación médica. Gracias a los programas de donación anatómica, las universidades y centros de salud pueden estudiar la anatomía humana de forma respetuosa y segura, sin recurrir a prácticas ilegales como en siglos pasados. Estos cuerpos permiten a los estudiantes aprender técnicas quirúrgicas, comprender la fisiología real y desarrollar nuevos procedimientos médicos que salvan vidas. Además, los avances tecnológicos —como la realidad virtual, la impresión 3D y los modelos digitales anatómicos— complementan el uso de donaciones, reduciendo la necesidad de material biológico. Así, la donación del cuerpo a la ciencia se considera hoy un acto altruista y de gran valor social, que continúa impulsando el conocimiento médico y el bienestar humano.

Cuerpo plastinado: arte y ciencia 

    La historia de los resurreccionistas nos recuerda que el conocimiento científico no siempre avanza por caminos luminosos. Gracias a sus controvertidas acciones, los anatomistas pudieron descifrar la complejidad del cuerpo humano y sentar las bases de la medicina moderna: desde la cirugía y la anatomía clínica hasta los trasplantes y la comprensión de enfermedades que hoy salvan millones de vidas. Lo que en su tiempo fue un acto prohibido impulsó, paradójicamente, el progreso que ha mejorado la calidad de vida de la humanidad. En ese sentido, el mito de Frankenstein simboliza no solo el miedo a la ciencia que desafía los límites naturales, sino también la eterna tensión entre la curiosidad humana y la responsabilidad ética que acompaña todo descubrimiento.

"Qué peligrosa es la adquisición de conocimiento y cuán más feliz es el hombre que cree que su pueblo es el mundo, que el que aspira a ser más grandioso de lo que le permite su naturaleza"

Frankenstein o el moderno Prometeo

Mary Shelley   

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