Desde sus inicios, el cine ha sabido capturar la adrenalina, la astucia y el suspense que rodean a los grandes robos. Desde sofisticadas operaciones planificadas al milímetro hasta asaltos improvisados que desafían toda lógica, las películas sobre robos se han convertido en un género fascinante que combina acción, inteligencia y carisma. Estos filmes no solo relatan delitos, sino que también exploran la mente de los ladrones, las motivaciones que los empujan y el ingenio detrás de cada golpe maestro.
Clásicos recientes como "Ocean’s Eleven" o "The Italian Job" han marcado un antes y un después, mostrando equipos de expertos que convierten el crimen en arte. Otras producciones, como "Heat" o "Inside Man", profundizan en el lado psicológico del enfrentamiento entre ladrones y policías, desdibujando las líneas entre el bien y el mal. Incluso historias basadas en hechos reales, como "The Bank Job" o "American Animals", han llevado al público a cuestionar hasta qué punto la realidad puede superar a la ficción.
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| Ocean´s Eleven: la primera de la saga |
Podría utilizar la saga de Ocean´s Eleven como eje central para la elaboración de esta entrada, porque me parecen películas apoteósicas y muy entretenidas, y el elenco de actores que participan en ellas es brutal (George Clooney, Matt Damon, Brad Pitt, Julia Roberts, Andy García, Sandra Bullock, Al Pacino, Vincent Cassel o la mismísima Helena Bonham Carter ... una verdadera colección de estrellas del celuloide), sin embargo, cuando estaba a punto de comenzar a redactar me vino a la cabeza, de repente, un título, tan impactante como preciso para el tema que quiero desarrollar en este post "el robo más grande jamás contado" una película de comedia española rodada en el año 2002.
El robo más grande jamás contado
En "El robo más grande jamás contado", su director, Daniel Monzón, convierte el robo del “Guernica” en una sátira del ingenio y la torpeza humanas, donde un grupo de ladrones pretende apropiarse de una de las obras más icónicas del siglo XX. Detrás del humor y el absurdo, la película sugiere una pregunta más profunda: ¿qué significa realmente robar una creación ajena? ¿Es un acto material o una forma de usurpar el mérito y la autoría?
Esa misma reflexión puede trasladarse a uno de los episodios más controvertidos de la historia de la ciencia: el descubrimiento de la estructura del ADN. James Watson y Francis Crick pasaron a la historia como los “padres” de la doble hélice, pero su hallazgo no habría sido posible sin los datos obtenidos —sin su permiso— por Rosalind Franklin, cuya famosa “Fotografía 51” fue clave para descifrar el modelo molecular. En este caso, el “robo” no fue de lienzos ni joyas, sino de ideas y esfuerzo intelectual.
Tanto en la ficción de Monzón como en el laboratorio de Cambridge, el robo se convierte en una metáfora de la apropiación del talento ajeno: en el primer caso, el arte es sustraído por incompetencia; en el segundo, por ambición y desigualdad de género. Ambas historias revelan que detrás de todo gran robo —sea de un cuadro o de un descubrimiento— se esconde la eterna lucha por el reconocimiento, el poder y la autoría.
El arte de robar: del “Guernica” al ADN
El robo de la estructura de la doble hélice del ADN fue perpetrado, por dos científicos: el biólogo estadounidense James Watson y el físico británico Francis Crick, con la inestimable colaboración del doctor Maurice Wilkins, compañero de Rosalind Franklin en el King's College de Londres. Gracias al trabajo de esta mujer (y de su tutorando Raymond Gosling), consiguieron revelar la estructura secundaria del ADN y recibieron por ello el Premio Nobel en 1962. Un hito para la ciencia que ha permitido, posteriormente, entender esta molécula y aplicar este conocimiento en numerosas aplicaciones genéticas que están cristalizando en valiosos avances médicos y científicos. Un hito científico que se apoyó en su momento en un robo, el de la famosa fotografía 51, la imagen obtenida por la científica y que supuso la pista definitiva para cerrar el misterio.
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| Ceremonia de entrega del Nobel, 1962 |
6 de noviembre de 2025. se abre la caja de Pandora
Pues bien, el pasado 6 de noviembre de 2025 falleció el Dr. James D. Watson a los 97 años. Su muerte marca el cierre de una era en la biología molecular. A pesar de ser galardonado con el Premio Nobel por su participación en el descubrimiento de la estructura del ADN, su legado científico es tan valioso como controvertido: su comportamiento hacía el trabajo y la persona de Rosalind Franklin, tardío y sus polémicas declaraciones racistas, homófobas y sexistas empañaron, y mucho, el reconocimiento científico que podría haber merecido. En este sentido, su muerte puede servir como punto de reflexión para abordar la complejidad ética que surge cuando la ambición científica —o el “robo” del trabajo ajeno, como en el caso de Rosalind Franklin— se entrelaza con el poder, el reconocimiento y la historia.
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| Una de las últimas imágenes del Dr. Watson |
La molécula de la vida: el ADN
El ADN, o ácido desoxirribonucleico, es mucho más que una molécula: es el lenguaje básico de la vida, el código que almacena y transmite la información genética de todos los seres vivos. Su descubrimiento transformó por completo la biología y abrió la puerta a campos como la genética moderna, la biotecnología y la medicina personalizada. Comprender su estructura de doble hélice permitió descifrar cómo se copian y transmiten los genes de una generación a otra, revolucionando nuestra forma de entender la herencia, la evolución y la identidad. Hoy, el ADN no solo representa el mapa biológico de cada individuo, sino también una herramienta poderosa para la investigación médica, la conservación de especies e incluso la resolución de crímenes.
La molécula que Watson, Crick y Franklin ayudaron a revelar se ha convertido en el eje de la ciencia contemporánea, símbolo de la capacidad humana para descifrar los secretos más profundos de la naturaleza. Y descifrar sus estructura fue, precisamente, uno de los misterios más complejos y controvertidos de la historia de la ciencia
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| La famosa doble hélice de ADN |
¿Y cómo es esta molécula? La molécula de ADN presenta una estructura extraordinariamente elegante y funcional: la famosa doble hélice. Está formada por dos cadenas complementarias y antiparalelas de nucleótidos que se enrollan entre sí, dextrógira y plectonémicamente, en forma de espiral, como una escalera retorcida. Cada “peldaño” de esa escalera está compuesto por pares de bases nitrogenadas —adenina con timina, y guanina con citosina— unidas por enlaces de hidrógeno, mientras que las cadenas que forman los “laterales” están constituidas por un esqueleto de azúcar y fosfato. La hélice tiene un diámetro de aproximadamente 2 nanómetros y cada vuelta completa abarca unos 10 pares de bases, equivalentes a 3,4 nanómetros de longitud, con una distancia de 0,34 nanómetros entre cada par de bases.
Esta disposición no solo confiere estabilidad a la molécula, sino que permite que se abra y copie de manera precisa durante la replicación celular. Además, la complementariedad de las bases hace posible la codificación de información genética: la secuencia de nucleótidos dicta la síntesis de proteínas y regula la actividad celular. La doble hélice, por su geometría y precisión, es a la vez un ejemplo de perfección natural y un modelo que ha inspirado avances tecnológicos en biología molecular, genética y bioinformática.
El robo más grande jamás contado: Rosalind Franklin y la fotografía 51
La historia del descubrimiento de la doble hélice del ADN es una de las más fascinantes —y también polémicas— de la ciencia moderna. A comienzos de la década de 1950, varios grupos de investigación competían por desentrañar la estructura de la molécula que contenía el secreto de la herencia. En el laboratorio del King’s College de Londres, la cristalógrafa Rosalind Franklin y su colaborador Maurice Wilkins empleaban técnicas de difracción de rayos X para obtener imágenes del ADN con una precisión nunca antes alcanzada.
Una de esas imágenes, la célebre “Fotografía 51”, mostraba claramente un patrón en forma de hélice. Sin que Franklin lo supiera, Wilkins enseñó la imagen a James Watson y Francis Crick, quienes trabajaban en Cambridge. Esa observación, junto con los datos experimentales de Franklin, les permitió proponer en 1953 el modelo de la doble hélice, publicado en la revista Nature. El hallazgo supuso una auténtica revolución científica y valió a Watson, Crick y Wilkins el Premio Nobel en 1962, aunque Franklin —fallecida cuatro años antes— quedó injustamente fuera del reconocimiento.
Raymond Gosling. Artista invitado en todo este asunto
Hay alguién más detrás de esta fotografía. Parece ser que Raymond Gosling, el estudiante de postgrado bajo la supervisión de Franklin, fue la mano ejecutora de la icónica fotografía. Gosling trabajó bajo la supervisión de Rosalind Franklin en el Kings College a comienzos de la década de 1950. Juntos realizaron los experimentos de difracción de rayos X que permitieron comprender la forma helicoidal del ADN.
Mi agradecimiento a Javier García Calleja por su comentario y por descubrirme otra pieza más de esta rocambolesca historia.
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| La fotografía 51 explicada |
Pese a su papel esencial en el descubrimiento de la estructura del ADN, Rosalind Franklin fue durante décadas una figura relegada a un segundo plano. Su rigor científico, su dominio de la cristalografía de rayos X y su meticuloso trabajo experimental fueron decisivos para que Watson y Crick pudieran formular su modelo, aunque nunca recibió reconocimiento en vida. Franklin representaba una nueva forma de entender la ciencia: precisa, metódica y libre de especulación, en contraste con la intuición teórica de sus colegas. Sin embargo, su condición de mujer en un entorno científico dominado por hombres y las jerarquías académicas de la época la condenaron a un injusto silencio. Falleció en 1958, a los 37 años, sin saber que su “Fotografía 51” había sido el punto de inflexión que cambiaría la historia de la biología. Solo con el paso del tiempo su figura ha sido reivindicada como la verdadera heroína de aquel descubrimiento, símbolo de todas las mujeres cuyos logros fueron invisibilizados en nombre de una ciencia que, durante mucho tiempo, confundió el mérito con el privilegio.
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| Rosalind Franklin |
Al final, tanto "El robo más grande jamás contado" como la historia de Rosalind Franklin nos invitan a reflexionar sobre una misma cuestión: la del robo del mérito. En la comedia de Daniel Monzón, el robo del “Guernica” se convierte en una parodia del deseo humano de apropiarse del genio ajeno; en la ciencia, el “robo” de la imagen de Franklin por parte de Watson y Crick representa una realidad mucho más profunda y dolorosa. Ambas narraciones —una ficticia y otra real— revelan cómo la ambición, la desigualdad y la falta de ética pueden distorsionar el verdadero sentido del conocimiento y la creación.
La ciencia, como el arte, debería ser un espacio de colaboración, respeto y reconocimiento mutuo, no de silencios impuestos ni de méritos arrebatados. La figura de Rosalind Franklin simboliza, así, la necesidad de revisar la historia con mirada crítica y de reivindicar el papel de las mujeres que, pese a haber sido marginadas, sostuvieron con su talento y su rigor los cimientos del progreso. Solo cuando la ciencia y la cultura aprendan a dar a cada voz su lugar, podremos decir que los mayores robos —los del talento y la verdad— habrán sido finalmente reparados.
Sería de justicia que cada 6 de noviembre, a partir de este año, aprovecháramos para recordar, no la vida, obra, milagros y tropelías del desafortunado científico, sino el importante papel que Rosalind Franklin tuvo en toda esta historia, con el objetivo de que el robo más grande de la historia de la ciencia, acabe siendo un desafortunado momento puntual de la historia pero quede para siempre como recordatorio de la necesidad de justicia, ética y equidad en la ciencia y en el reconocimiento del talento de las mujeres.







