En esta entrega, la arqueóloga y aventurera Lara Croft (interpretada por una espectacular Angelina Jolie) se enfrenta a una misión que va más allá de la búsqueda de tesoros: impedir que un poderoso artefacto ancestral, conocido como La Caja de Pandora, caiga en manos equivocadas. Según la leyenda, este objeto guarda el secreto del origen de la vida en la Tierra, pero también encierra una fuerza capaz de desatar la más letal de las plagas.
Cuando el despiadado científico Jonathan Reiss, traficante de armas biológicas y terrorista en potencia, planea usar la caja como un arma de bioterrorismo, Lara se convierte en la última barrera para evitar una catástrofe global. La expedición la lleva desde templos sumergidos hasta las profundidades de África, donde deberá descifrar enigmas milenarios y enfrentarse a dilemas éticos: ¿preservar el conocimiento sobre el origen de la vida o destruirlo para impedir su uso como arma?
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Escena de la película. Impresionante Angelina Jolie |
En esta película, el origen de la vida se vincula con un mito ancestral: la Caja de Pandora. Según la trama, este artefacto no solo guarda una fuerza destructiva capaz de liberar plagas letales, sino también el secreto de cómo comenzó la vida en la Tierra. Una lástima que no lo descifren al final de la película, nos habríamos ahorrado un montón de palos de ciegos, enfrentamientos, guerras y solucionado un debate histórico clave para entender el mundo en el que vivimos.
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El mito de Pandora |
El enigma del origen de la vida
Uno de los grandes misterios de la ciencia es cómo apareció la vida en nuestro planeta. Aunque todavía no existe una respuesta definitiva, sí contamos con varias teorías científicas que intentan explicarlo. Todas coinciden en que la vida no surgió de la nada, sino que fue el resultado de un proceso gradual en el que la química y la geología de la Tierra primitiva jugaron un papel crucial.
La explicación más clásica es la teoría de la sopa primordial, propuesta en los años 20 por los investigadores Aleksandr Oparin y John Haldane. Según esta idea, la atmósfera primitiva de la Tierra contenía gases como metano, amoníaco, hidrógeno y vapor de agua, que reaccionaban gracias a la energía de los rayos y la radiación solar. En los océanos, estas reacciones dieron lugar a moléculas orgánicas simples —como aminoácidos y nucleótidos— que poco a poco se acumularon en lo que llamaron una “sopa química”. Décadas más tarde, el experimento de Miller y Urey (1953) demostró que era posible generar aminoácidos en condiciones similares a las de aquella Tierra primitiva, lo que dio un gran impulso a esta hipótesis.
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Experimento de Miller y Urey |
Otra propuesta con mucha fuerza en la actualidad es la de las fuentes hidrotermales. En lo más profundo del océano, existen chimeneas que expulsan agua caliente cargada de minerales. Allí, en un ambiente protegido de la radiación solar y rico en compuestos químicos, podrían haberse dado las condiciones necesarias para que surgieran las primeras moléculas orgánicas y, con ellas, los primeros organismos microscópicos.
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Fuentes hidrotermales |
A esto se suma la hipótesis del mundo de ARN, que plantea que antes del ADN y de las proteínas, el ARN pudo ser la molécula clave. El ARN no solo puede almacenar información genética, sino que también puede actuar como catalizador de reacciones químicas. Esto lo convierte en un candidato ideal para haber sido la primera molécula “viva”, hasta que fue reemplazado por sistemas más estables y eficientes.
Por otro lado, algunos científicos destacan la importancia de las protocélulas. Estas pequeñas estructuras, formadas por lípidos y moléculas orgánicas, pueden organizarse espontáneamente en vesículas que recuerdan a una célula primitiva: un interior separado del exterior, donde podrían concentrarse y estabilizarse las primeras reacciones químicas complejas.
Finalmente, existe la intrigante hipótesis de la panspermia, que sugiere que la vida, o al menos sus ingredientes básicos, podrían haber llegado a la Tierra desde el espacio, transportados en meteoritos o cometas. Esta idea no explica cómo comenzó la vida en sí, pero abre la puerta a pensar que tal vez no estemos solos en el universo y que los procesos que dieron origen a la vida podrían repetirse en otros planetas.
La mirada moderna: la astrobiología
Hoy en día, la ciencia que más integra estas ideas es la astrobiología, un campo multidisciplinar que une astronomía, biología, química y geología para investigar no solo cómo surgió la vida en la Tierra, sino también si puede existir —o haber existido— en otros mundos. La astrobiología explora desde los océanos subterráneos de Europa (una luna de Júpiter) hasta la atmósfera de exoplanetas lejanos en busca de condiciones habitables o huellas biológicas. En cierto sentido, es la evolución natural de aquella pregunta ancestral: ¿de dónde venimos?, ampliada ahora a un escenario cósmico.
Frente a estas explicaciones basadas en observación, experimentos y evidencias, el creacionismo ofrece una respuesta mucho más sencilla: “la vida apareció porque alguien la puso allí tal cual la conocemos”. Sin necesidad de moléculas, química prebiótica o evolución, la hipótesis se resume en un único argumento de autoridad. Claro que, si adoptamos esa lógica, también podríamos explicar Internet diciendo que lo inventó un duende con wifi ilimitado: eficaz como cuento, pero poco útil para la ciencia.
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La creación de Adán. Capilla Sixtina |
Pero, más allá del tema del origen de la vida, la película presenta un concepto interesante y realmente preocupante: el bioterrorismo, es decir, el empleo intencionado de armas biológicas para atacar y destruir a la humanidad.
Bioterrorismo: el lado oscuro de la biología
El bioterrorismo es el uso deliberado de microorganismos patógenos (bacterias, virus, hongos) o de toxinas derivadas de organismos vivos con el fin de causar enfermedad, muerte, miedo o desestabilización social, política o económica. Se diferencia de la guerra biológica tradicional en que suele estar asociado a actores no estatales (grupos terroristas) que buscan provocar terror y colapso social más que obtener una ventaja militar formal.
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Bioterrorismo |
A lo largo de la historia, distintas sociedades han intentado usar a los propios microorganismos como armas de destrucción. En la Edad Media, por ejemplo, se documenta que los ejércitos mongoles arrojaban cadáveres infectados con peste bubónica durante el asedio de la ciudad de Caffa en 1346, con la intención de desatar la enfermedad entre los sitiados. Un par de siglos más tarde, en la colonización de América, se recurrió a mantas contaminadas con viruela para diezmar a poblaciones indígenas que carecían de defensas naturales frente a ese virus. Ya en el siglo XX, los avances en microbiología transformaron estos usos rudimentarios en programas sistemáticos: durante la Segunda Guerra Mundial, la Unidad 731 del ejército japonés probó la diseminación de cólera, peste y ántrax en China, mientras que británicos y estadounidenses experimentaban con esporas de Bacillus anthracis por su enorme resistencia y letalidad. Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética mantuvo uno de los programas más ambiciosos y secretos, acumulando reservas de viruela, ántrax, tularemia y toxinas botulínicas. En tiempos más recientes, el bioterrorismo se ha manifestado en episodios como el de 2001 en Estados Unidos, cuando cartas con esporas de ántrax fueron enviadas por correo, provocando pánico social y evidenciando que estas viejas amenazas siguen teniendo un inquietante potencial en el presente.
Microorganismos y toxinas con mayor potencial letal como armas biológicas
Viruela (Variola virus)
La viruela fue una de las enfermedades más devastadoras de la historia de la humanidad, con tasas de mortalidad cercanas al 30% en poblaciones no inmunizadas. Su poder como arma biológica radica en que es altamente contagiosa por vía aérea y se propaga con rapidez en comunidades densamente pobladas.
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Variola virus |
Actualmente, las únicas reservas oficiales del virus de la viruela se encuentran bajo estricta custodia internacional en dos laboratorios de alta seguridad:
- Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), en Atlanta, Estados Unidos.
- Centro Estatal de Investigación en Virología y Biotecnología “VECTOR”, en Koltsovo, cerca de Novosibirsk, Rusia.
Estos dos lugares fueron autorizados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) tras la erradicación de la enfermedad en 1980, con el objetivo de conservar muestras para investigación científica, principalmente en vacunas y antivirales.
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Centro Estatal de Investigación en Virología y Biotecnología |
Ambos laboratorios operan bajo niveles de bioseguridad máximos (BSL-4), y su custodia es un tema de debate internacional: hay voces que abogan por destruir definitivamente las reservas, mientras que otros expertos sostienen que conservarlas es necesario para desarrollar defensas ante una posible reaparición natural o liberación intencional del virus.
Aunque la enfermedad fue erradicada oficialmente en 1980 gracias a la vacunación, los pocos stocks que permanecen bajo custodia en estos laboratorios generan preocupación: si se liberara de forma intencional, la ausencia de inmunidad en gran parte de la población actual podría causar una catástrofe sanitaria global.
Ántrax (Bacillus anthracis)
El ántrax no se transmite fácilmente de persona a persona, pero sus esporas son extremadamente resistentes en el ambiente y pueden inhalarse sin ser detectadas. La forma pulmonar, la más grave, puede alcanzar tasas de mortalidad superiores al 80% si no se trata a tiempo con antibióticos intensivos. Este microorganismo se considera una de las armas biológicas más prácticas, pues es relativamente sencillo de producir en laboratorio y de diseminar en forma de polvo o aerosol.
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Bacillus anthracis |
Durante la Primera Guerra Mundial, los alemanes iniciaron un primitivo programa de armas biológicas mediante la propagación del carbunco entre las tropas enemigas. El responsable de este programa de guerra bacteriológica fue el médico norteamericano de origen alemán Anton Dilger, quien mediante el envío de valijas diplomáticas hacía llegar las esporas viables a los agentes alemanes diseminados en territorio enemigo. Con ellas, pretendía bloquear las líneas de distribución y el avance soviético infectando a los caballos y mulas que los rusos utilizaban todavía en el frente oriental como animales de tiro de piezas de artillería y carros de munición.
Las investigaciones de Dilger incluían también la diseminación de otras enfermedades como la del muermo, ocasionada por la bacteria Burkholderia mallei, entre animales de ganadería para evitar así que EEUU, pese a su posición de neutralidad, proporcionase ganado vacuno a Francia o Inglaterra.En 2001, poco después de los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos sufrió el único ataque bioterrorista con ántrax documentado: varias cartas con esporas de Bacillus anthracis fueron enviadas a medios de comunicación y a dos senadores, provocando 22 infecciones (11 cutáneas y 11 pulmonares) y la muerte de 5 personas. El suceso desató pánico nacional, obligó al cierre de oficinas gubernamentales y generó una crisis en el servicio postal, además de impulsar fuertes inversiones en seguridad biológica. Tras años de investigación, el FBI atribuyó la autoría al científico Bruce Ivins, quien murió antes de ser procesado.
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Una de las cartas contaminadas |
Peste (Yersinia pestis)
La bacteria causante de la peste bubónica puede transformarse en una amenaza aún mayor en su variante neumónica, que se transmite directamente de persona a persona a través de las gotitas expulsadas al respirar. La peste neumónica progresa con rapidez, provocando fiebre alta, dificultad respiratoria y una mortalidad que puede acercarse al 100% sin tratamiento antibiótico inmediato. Su capacidad de contagio la convierte en una de las armas más temidas en escenarios de bioterrorismo.
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Pandemia de peste en la Edad Media |
La peste negra, azotó Europa entre 1347 y 1351 y fue una de las pandemias más devastadoras de la historia. Se estima que murieron entre 25 y 50 millones de personas, es decir, alrededor de un tercio de la población europea, lo que generó un colapso social, económico y religioso. Las ciudades se despoblaron, el comercio se paralizó y surgieron movimientos de persecución y fanatismo, como la violencia contra minorías judías acusadas falsamente de propagar la enfermedad. La peste transformó profundamente la sociedad medieval, acelerando cambios en la economía, en la relación con la religión y en la forma en que se entendía la salud y la enfermedad.
Toxina botulínica (Clostridium botulinum)
Más que un microorganismo, la toxina botulínica es una sustancia producida por una bacteria anaerobia. Se trata de una de las sustancias más tóxicas conocidas por la ciencia: dosis minúsculas bastan para bloquear la transmisión nerviosa y causar parálisis progresiva, que puede culminar en fallo respiratorio y muerte. Aunque no se transmite entre personas, la posibilidad de contaminar agua o alimentos la convierte en un arma potencialmente devastadora.
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Clostridium botulinum |
La dispersión intencionada de una pequeñísima cantidad de esta toxina, bien en el suministro de agua o en forma de aerosol a través de los sistema de refrigeración y aire acondicionado de los edificios, ocasionaría un grave impacto inmediato: al mayor o menor número de muertes se sumarían otros efectos como la saturación de los sistemas de emergencia y el impacto psicológico y social a la población amenazada.
Fiebres hemorrágicas virales (Ébola, Marburg, Lassa)
Los virus responsables de estas enfermedades producen cuadros caracterizados por fiebre alta, alteraciones del sistema inmunitario y, en muchos casos, hemorragias internas y externas. El virus del Ébola, por ejemplo, ha mostrado tasas de mortalidad de hasta el 90% en ciertos brotes. Aunque su manejo en laboratorio y su diseminación intencional resultan complejos, el simple hecho de que causen gran sufrimiento y terror social los coloca dentro de las amenazas biológicas más temidas.
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Virus del ébola |
Concretamente, es este virus el utilizado en la película de Tomb Raider como arma biológica de fácil manipulación y liberación masiva. Aunque en la realidad la mortalidad del ébola varía entre el 25% y 90%, dependiendo de la cepa y la atención médica y la enfermedad progresa en días o semanas, en la película los efectos son rápidos y visibles y la muerte ocurre casi instantáneamente tras la exposición, creando la tensión dramática que persigue este tipo de aventura.
“Tomb Raider” exagera la rapidez y facilidad de uso del Ébola para aumentar el dramatismo, transformando un virus peligroso en un arma casi mitológica. Sin embargo, la película acierta en reflejar que el Ébola es letal, causa hemorragias graves y puede generar caos social, aunque la realidad científica es más compleja y menos instantánea.
Tularemia (Francisella tularensis)
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Francisella tularensis |
La tularemia es causada por una de las bacterias más infecciosas conocidas: basta una dosis mínima inhalada para provocar una neumonía grave. Aunque la mortalidad suele ser menor que la de la peste o el ántrax (en torno al 5-15% sin tratamiento), su enorme capacidad para incapacitar rápidamente a las personas infectadas la hace especialmente peligrosa como arma de bioterrorismo, al poder afectar a grandes contingentes sin necesidad de causar muertes masivas inmediatas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética utilizó ratas para esparcir la bacteria de la tularemia entre los soldados alemanes durante la ofensiva de Stalingrado. La treta debió de resultar bastante efectiva, contribuyó a la derrota alemana en esta batalla y a cambiar, de esta forma, el curso de la Segunda Guerra Mundial. Las ratas infectadas fueron dispersadas en el frente, utilizando el fuego para espantarlas hacia las líneas alemanas. El brote llegó a alcanzar la cifra de 100 000 afectados, curiosamente en ambos bandos, pues la enfermedad acabó propagándose sin control y afectó también al ejército soviético. Los registros reflejan que cerca del 50% de los prisioneros alemanes cautivos tras esta batalla manifestaban los síntomas característicos de la enfermedad.
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Los perros fueron usados en la guerra para cazar ratas infectadas |
Compromisos futuros
El daño provocado por las armas biológicas es tan alto que, tras la Primera Guerra Mundial, obligó a las principales naciones a firmar el Protocolo de Ginebra, prohibiendo el uso, aunque no su almacenamiento e investigación, de armas químicas y bacteriológicas en combate. El 26 de marzo de 1975, ese acuerdo se completaba con la entrada en vigor de la Convención sobre Armas Biológicas, el primer tratado de desarme multilateral que prohibía el desarrollo, producción y almacenamiento de armas biológicas y toxinas, al cual están adscritos 180 Estados. En julio de 2008, otros trece Estados más firmaron este convenio, aunque sin llegar a ratificarlo todavía.
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Afectados por enfermedades microbiológicas en el pasado |
En los últimos años, la comunidad internacional ha continuado fortaleciendo el marco normativo en torno a las armas biológicas. En diciembre de 2022, se celebró la Novena Conferencia de Examen de la Convención sobre Armas Biológicas y Toxínicas en Ginebra, donde los Estados parte acordaron iniciar un proceso para fortalecer la convención, estableciendo un grupo de trabajo intersesional con sesiones programadas hasta 2026. Este esfuerzo busca adaptar la convención a los avances en biotecnología y garantizar su eficacia en la prevención del uso de armas biológicas en el siglo XXI.
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El riesgo de ataque siempre está latente |
A pesar de estos esfuerzos, persisten preocupaciones sobre el cumplimiento del tratado. Países como Rusia y Corea del Norte han sido acusados de mantener programas ofensivos de armas biológicas, lo que pone en evidencia la necesidad de fortalecer los mecanismos de verificación y cumplimiento.
La amenaza que muestra “Tomb Raider: La cuna de la vida”, con virus mortales convertidos en armas capaces de sembrar el caos, nos recuerda de manera dramática lo que los tratados internacionales buscan prevenir en la realidad. Así como Lara Croft enfrenta las consecuencias de un bioterrorismo ficticio, la Convención sobre Armas Biológicas y otros acuerdos internacionales existen para impedir que agentes peligrosos se utilicen con fines ofensivos, proteger a la población y garantizar que la ciencia nunca se transforme en un arma contra la humanidad. La ficción y la historia se encuentran en un mismo mensaje: la prevención, el control y la cooperación global son esenciales para mantener la vida a salvo frente a los peligros invisibles de la guerra biológica.
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